Cuando escuché por primera vez la canción que decía: "dicen que Almería es fea, porque no tiene balcones...", no le di importancia a la letrilla. Con el tiempo constaté que respondía a un complejo de sus ciudadanos, que nada orgullosos de ella, pensaban que Almería no tenía nada que ofrecer, que era una ciudad sin grandes monumentos, ni lugares emblemáticos, salvo sus bares.
Con. el paso del tiempo y grandes dosis de amor de unos alcaldes y concejales que creyeron en ella, nuestra ciudad ha ido cambiando y llenándose de balcones hasta dejarla irreconocible, en su árida belleza.
Hoy paseaba por una rambla exuberante de vegetación, alfombrado su suelo por miles de flores violetas, que se habían desprendido de las ramas desnudas de las jacarandas, buscando un lugar sobre la tierra donde descansar su marchita belleza. Escuchaba el rumor del agua de sus fuentes (las pocas que funcionaban), mientras al fondo se vislumbra un mar calmo de un azul translúcido, y recordando aquella coplilla, me pareció que solo podía haberla escrito un ciego.
A veces sentía rencor hacia aquellos que nunca vieron la grandeza de esas pequeñas cosas que hacían de esta ciudad una joya única. Llegó el tiempo en que dos alcaldes socialistas, Santiago Martínez Cabrejas y Fernando Martinez López, la imaginaron como la veían sus ojos y apostaron por transformarla, sacando a la luz toda su fuerza y su potencial. Acabado mi paseo matinal, sentada en el Paseo Marítimo, a cuyos pies el agua cristalina rítmicamente lamía la arena, observé la Alcazaba y el cerro de San Cristóbal, alzados como centinelas vigilando la ciudad. Más cerca aún, me deleité con la estampa de un paseo aéreo que discurría sobre el agua, forjado de hierro y hecho de historia, que se introducía en el mar como una sirena caprichosa. Desde allí los muchachos de hace décadas se tiraban al agua, demostrando su valor, y hoy, muchos años después de aquellas gestas juveniles, se había convertido en la joya de esta ciudad, gracias al sueño de quienes nunca creyeron que Almería era fea. Pensó en las magníficas vistas que se contemplaban desde su mirador, y tuvo la certeza de que Almería sí tenía balcones: balcones sin rejas, sin macetas, y sin niñas asomadas para que sus pretendientes disfrutaran de la concupiscencia, balcones conseguidos con el esfuerzo de todos y con regidores que amaron esta ciudad. Desgraciadamente, algunos de sus artífices, como Santi o Pepe Guirao no pudieron ver su sueño cumplido, otros lo comparten hoy con nosotros. Ellos visualizaron esos balcones desde los que se puede disfrutar de una ciudad, construida al pie de la bahía, pero la memoria, esa zona tan frágil de nuestro cerebro humano, se olvidó de pronunciar sus nombres.
Gracias a todos los que creyeron en este sueño, gracias a Santiago Martínez Cabrejas, a Fernando Martinez López y a nuestro querido Pepe Guirao, entre otros muchos que hicieron realidad este sueño, Adriana, quiero una alcaldesa que siga soñando y llenando los balcones de mi ciudad.