Yo soy de Almería, pero no de la Almería capitalina, sino de ese trocito que antaño fue su arrabal y que empieza al caer Torrecárdenas; Huércal.
Formo parte de ese núcleo primigenio de apenas 2000 habitantes que tenía su mirada puesta en la ciudad.
En la ciudad trabajaba la mayoría de la gente, se divertía en sus cines: Cervantes, Imperial..., o de iba de compras.
Eso era especial. Siempre recordaré cuando niña, el día que nos tocaba ir de compras y mi madre nos vestía con nuestras mejores ropas...; salíamos del estanco a coger la Parrala...¡vamos a Almería!, pensaba muy emocionada.
Cuando se divisaban los primeros edificios de la ciudad ¡Qué nervios!
Con unos ojos como platos memorizaba todos los lugares por donde pasaba: la Cruz de Caravaca, el edificio de Maestría, La Gloria y la Rambla que era el punto final del viaje.
Mi madre tenía claro los objetivos: en la Plaza San Sebastián, los zapatos; y después a la calle de las Tiendas, populosa y llena de vida. La ropa, en el Blanco y Negro y arreglar el reloj de papá en el kiosco Troyano.
Pero lo que más me gustaba era comprar botones en Segura. Me fascinaba todo lo que allí había, imposible abarcar tanto con la mirada infantil.
Después nos reuníamos con mi padre, compra el último disco de "Fosforito" en Río Preto y después era la olor la que dirigía. Ya exhaustas, la última e inevitable parada era en Los Claveles.
Ya nada es igual, y tampoco debe serlo. No se trata de añorar, sino de avanzar y adaptarnos a los nuevos tiempos.
Se ha dejado morir el centro. Vacío, descuidado, sin apenas comercios y sin vida.
Quiero desde este trocito de tierra volver a sentir fascinación por la capital. Y orgullosos de "ir a Almería".
